2002

jueves, 10 de julio de 2008

Alfonso, "Conejo", en el recuerdo

(Del latín, "re-cordis", es decir, "volver a pasar por el corazón")


En silencio, sin dejar rastro, visito con frecuencia la web http://www. elcanibal.wordpress.com
Me alegra saber que existe un intenso rescoldo de inquietud y búsqueda de respuestas en la gente más joven que se atreve a formularse preguntas. Fue conmovedor comprobar que repararan en un ser humano como Alfonso para denominar a su asociación. Fue lindo advertir que no miraron a la estrellas del cielo, sino a los guijarros del camino. Me gustaría decir que Alfonso era un amigo. Tendría algún motivo para hacerlo: momentos de intensidad vivida, escritos, charlas, inquietudes, discrepancias, enfados... Pero no puedo. A decir verdad, he de confesar que su recuerdo late en mí con "mala conciencia": siento que murió abandonado de todos, o casi todos. Y en ese "todos" incluyo, por supuesto, mi cuota de culpable complicidad. He oído decir a algunos que... Pero, seamos honestos, los laberintos de autodestrucción no son más que los desenlaces con que la soledad, el olvido o la marginación buscan un consuelo definitivo. Como en todos los autodidactas, que han cultivado con ahínco la lectura, la escritura, la instrucción, la autoformación en definitiva, y ello en medio de evidentes carencias materiales y de una manifiesta precariedad vital, había en él un cierto "desprecio" al modo como la gente pierde el tiempo en cosas banales sin ocuparse de lo fundamental: la cultura. Un sentimiento que, por ejemplo, puede comprobarse de palabra y obra en los testimonios y creaciones de Juan Antonio Ramírez, nuestro "poeta obrero". Y es que cuando se descubre el placer de la libertad que el conocimiento otorga, da rabia que campen a sus anchas la ignorancia y sus estragos. Estoy seguro que esa asociación es plenamente consciente de que al bautizarse de ese modo no sólo hace brillar el afán por saber de la gente sencilla, la más fructífera de las semillas que atesora un pueblo, sino que hace perdurable por las calles y el campo de Gerena su frágil silueta de paseante, que, cual quijote, a su modo, enfrascado en mil historias, lucha contra la ignorancia y el tiempo malgastado. Siento mucho no haber caído a tiempo en la cuenta de que, si verdaderamente los queremos como tales, a los amigos hay que quererlos cuando menos se lo merecen, porque es cuando más lo necesitan. Desde esa sonrisa que me regalaste un día, siento que nos perdonas. Bienvenido de nuevo a "la vida de la palabra", Canibal.

martes, 8 de julio de 2008

"Galería interior"

Exponer para exponerse, esa es la cuestión


Desnudo. 2007 (Recreación, a partir de un recorte de prensa, de un autor... olvidado)







Exposición


Desnudo. Recreación.

"Miradas"










"Fui a la Feria Ganadera a mirar y encontré, sobre todo, toda clase de ojos que miraban, infinitud de miradas en busca de otras miradas"




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miércoles, 2 de julio de 2008

Nuestros hijos, los niños, las niñas, son lo mejor que tenemos



Alguien muy sabio, dijo aquello de "No tenemos la tierra heredada de nuestros padres, sino prestada de nuestros hijos". Es nuestra responsabilidad concederle la atención que merece, darle el "cuidado esencial" (L. Boff) que necesita. Es nuestra tarea educadora como padres y como personas. Nada fácil, pero no imposible, porque otro mundo es necesario.

martes, 1 de julio de 2008

"Escribir es como mostrar una huella del alma" (En reconocimiento al Aureliano Buendía de Gerena"


Quiero darte las gracias por lo que escribes y por el modo como lo haces: desplegando con belleza tu alma sobre quienes te encuentran. Gracias por dibujar esos paisajes por los que pasean felices nuestros recuerdos. Sé quien eres y no necesito pronunciar tu nombre para señalar a personas a las que quiero. Gracias por lo que escribes. Debes saber que escribir no es fácil. Como diría un clásico con los que enseñaron a leer y a escribir a una niña, hija de emigrantes españoles en Francia, a la que bien conozco: "Écrire n'est pas seulement une activité technique, c'est aussi une pratique corporelle de jouissance" (...que traducido a nuestros sentimientos viene a decirnos que "Escribir no es sólo una cuestión de habilidad técnica, sino, sobre todo, una expresión de alegría"). Gracias, pues, por esa alegría que nos transmites en las palabras que escribes y con las que nombras tu mundo, tu Macondo particular y profundo. Todo el que tenga una alegría de la que presumir, debería escribir, aunque el gran Don Antonio, en la voz de Juan Mairena nos diga: "Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado. Y nunca guardéis lo escrito. Porque lo inédito es como un pecado que no se confiesa y se nos pudre en el alma, y toda ella la contamina y corrompe. Os libre Dios del maleficio de lo inédito". Estoy seguro de que hay muchos Aurelianos Buendía escondidos en el anonimato de una afición cultivada con tan hermosos frutos como los tuyos. Sigue escribiendo para tí y para nosotros, sigue escribiendo que quiero leerte a altas horas de la madrugada, a esas horas en que busco las sorpresas que nos brinda este ingenio maravilloso del ciberespacio que, mira por donde, en muchas cosas, nos acerca tanto. Ya lo dijo Cervantes: "La pluma es la lengua del alma". Gracias por descubrite así de ese modo como lo haces, aunque escondas tu rostro, ese que aún conservas de niño traviesillo, ingenioso y risueño. Escribe, no es difícil hacerlo. Para Oscar Wilde no existen más que dos reglas para ello: tener algo que decir y decirlo. Además, escribir es , como bien dice Graham Greene, una forma de terapia. "A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror, pánico inherente a la condición humana". Gracias, Aureliano, por lo que escribes y el modo como lo escribes. Gracias. Y si para darte las gracias he escrito este texto tan largo, ha sido porque no he tenido tiempo de hacerlo más corto. Sigue escribiendo, Aureliano, que un día de estos iré por los alrededores de tu Macondo natal a darte las gracias y, de camino, a robarte algunas frutas con las que endulzar y seguir alimentando los recuerdos y los afectos.