2002

sábado, 19 de septiembre de 2009

LOS FALANTES


José María Falantes y Ruíz fue mi bisabuelo. Para ser exactos, fue bautizado con el nombre de José María Crispín de la Santísima Trinidad. Nació en Gerena el 19 de septiembre de 1850. Habían pasado dos meses desde el fallecimiento de un hermano pequeño. Un niño de apenas tres años de edad y del cual recibiría su nombre. La mortalidad infantil golpeaba duramente la España rural del siglo XIX y anteriores centurias. Heredar el nombre de un hermano muerto no era desde luego un hecho excepcional en aquella época. Fueron sus padres Benito Falantes del Castillo y María Dolores Ruiz Leal. Habían contraído matrimonio un 4 de agosto de 1834 y llegaron a tener cinco hijos de los que vivieron cuatro: Bernardina (1835), Tomás (1838), José María y Benito (1854). Estoy por asegurar que buena parte de los actuales Falantes de Gerena proceden de estos vástagos. Y todos a su vez, proceden muy probablemente de los primeros Falantes que llegaron a Gerena con la “Reconquista”. Del primero del que tenemos noticias, sin embargo, fue un tal MARTIN FALANTES RODRÍGUEZ, hijo de Hernando Falantes y Ana Rodríguez. Corría el año de 1571.

En España sólo pueden encontrarse Falantes en tres provincias: Sevilla, Cádiz y Madrid. A excepción de los de esta última, de los cuales tendríamos que confirmar que se trata de una rama familiar gerenense que pudo haber salido de La Algaba hace unos años, todos los Falantes que podemos contar se encuentran en Sevilla y Cádiz, en su mayoría, en Gerena. En Cádiz encontramos nueve Falantes. Son los hijos y nietos de Juan María Falantes, hijo de Leonardo Falantes. En Sevilla hay 60 Falantes de primer apellido y 67 de segundo apellido. Muchos más lo llevan en tercer o cuarto lugar.

A pesar de ser una palabra de clara etimología gallega, portuguesa o asturiana (en el bable también existe la palabra falantes) y de claro significado, “hablantes”, los Falantes son un genuino “producto” de Gerena.

El pasado día 12, nos reunimos en Gerena los Falantes, descendientes del mencionado más arriba José María Falantes y Ruiz.

Nuestro abuelo o bisabuelo llegó a ser alcalde de Gerena a finales del siglo XIX (1887/1890) y a comienzos del siglo XX. Entre otros méritos tiene, según me contaba mi madre, el “haber traído” la luz eléctrica a Gerena. Fue un político liberal y durante su segundo mandato como alcalde, murió en Madrid el 16 de junio de 1914, adonde había ido para resolver asuntos municipales. Al parecer nuestro ayuntamiento, en la persona de su alcalde-presidente, pleiteaba con particulares para recuperar para el municipio, por apropiación indebida, terrenos de La Fontanilla. Allí, sin embargo, le sorprendió la muerte a nuestro buen y anciano hombre y allí fue enterrado.

Estuvo casado con JUANA VEGA SUAREZ, la “Mama Juana”, con la que tuvo de siete a ocho hijos. Sólo sabemos de quienes vivieron: Dolores, Isabel, José, Leonardo, Benito y Aurelia. Es en este orden como figuran en la esquela que el ayuntamiento publicó en su memoria. En la familia fue recordado siempre como “Papa Oché”.

Debió ser todo un personaje. Desde hace años cuento de él la anécdota, conocida de manera incompleta por muchos, y que esta antigua foto esconde en su alma de color sepia. Al parecer, Don José María acompañaba a estos dos cabreros del pueblo, “Tío Raspá” (sentado) y “Tío Molina” (de pie), para mediar en un juicio por haber invadido ambos un sembrado con sus cabras. De vuelta del juicio, se metieron en un estudio fotográfico de la capital y allí dejaron inmortalizado aquel momento. Seguramente, la primera y la última de las fotos que se hicieran aquellos dos pobres “desgraciados”. Y no digo desgraciado en sentido peyorativo alguno. Tanto el Tío Raspá como el Tío Molina habían llegado a Sevilla andando, mientras que el Señor Alcalde lo había hecho en tren. Un tren al que ninguno de los dos quiso subir sencillamente porque provocaba en ellos auténtico pánico. Pero esta historia, que también contaba nuestra madre cada vez que aquella foto aparecía en escena, vino a redondearla el abuelo Rafael Catalán, “El Cartero”, ya hace más de veinte años. Se la mostraba yo cuando, de golpe, en sus ojos ya cansados y en su tambaleante memoria, saltaron vivos los recuerdos de su infancia: “Este que está aquí sentado es el Tío Raspá. Yo me acuerdo de la copla que le cantábamos los niños cuando nos metíamos con él. Una copla que él mismo se había compuesto”:

“Yo me llamo Antonio Sáez

y por mal nombre “Raspá”

y a mi me parió mi madre

con las patas daleá”

Lo cierto es que este verano conocí a un primo al que se le ocurrió la feliz idea de reunir a los descendientes de este hombre. Parece que con los años, cuando se cruza una determinada frontera del tiempo vivido o se ha afrontado un duro golpe de salud en forma de serio aviso coronario y se han llegado a ver y a tocar las orejas al lobo, se produce en muchos de nosotros un verdadero subidón de nostalgia y de ansias de recuperar la infancia perdida. No puedo reprocharle que me haya hecho trabajar, todo lo contrario, se lo agradezco en el alma. Un trabajo al que me ha ayudado como el que más, mi amado hermano Pedro. Hay ideas que no me importa poner en práctica. Las ideas sin trabajo son ideas estériles y la idea de reunir a la familia es una idea bendita. Desde el sábado pasado en que comimos y nos emocionamos juntos debo decir que mi familia ha crecido. Allí encontré a primos y primas que no conocía y a primos y primas que, aunque poblaban las borrosas nebulosas de mis recuerdos infantiles, apenas ya recordaba. Estuve feliz reencontrándome con todos. Porque es hermoso reconocerse miembro de una familia, aunque no siempre es oro todo lo que reluce en las familias y siempre hay quien no se habla o no se soporta por esto o por aquello. Pasa en todas las familias. Todos sabemos que la “familia humana” es capaz de lo mejor y de lo peor. Pero no por ello debemos dejar de ser familia. El apellido se hereda, no así la bondad o la malicia. Ambas se recogen fruto de nuestras elecciones cotidianas. La familia, sin embargo, no se elige, te toca, y yo estoy contento con esa parte de la mía que se apellida Falantes y puebla estas tierras desde tiempo inmemorial. Me consta de Falantes que hubieran querido compartir mantel con nosotros. Es cuestión de proponérnoslo. Y, en fin…¿comprendéis ahora por qué me gusta hablar tanto?... Es que soy “Falantes” y...he vuelto.