2002

miércoles, 31 de marzo de 2010

Tu prima Eloisa ha cumplido 100 años

Así se lo hubiera dicho a mi madre. Ella estuvo enferma durante muchos años. Ya entonces perdí la cuenta del tiempo que vivió atrapada en aquel cuerpo desobediente al dictado del vivir y obligado al cuidado invisible e impagable de su hija. Ella repetía una y otra vez: “Estoy cansada de vivir. Me quiero morir”. Y es que la vida humana, con frecuencia, es también depender de otros.

En ocasiones, cuando saludo a algún amigo al que he tardado en ver, suelo decir: ¡Cómo pasa el tiempo! A lo que a veces me suelen contestar: ¡No, los que pasamos somos nosotros! Y es cierto. Con frecuencia me paro a contemplar y sentir cómo deambulan y juguetean los segundos a mi lado. Y descubro sin asombro cómo van rozándose conmigo sin apenas prestarme atención.

Siempre me he obligado a mí mismo no permitirme el lujo de eso que llamamos “perder el tiempo”. En todo momento me digo que hay algo importante que nos espera y debe hacerse. Pero de este modo, enfrascado en ese hacer diario, atento de continuo a nuevos proyectos y tareas, olvido que estamos de paso, que somos seres limitados en manos de los designios inexorables del tiempo.

¿Dónde está el secreto del disfrute de vivir? ¿En los años que se viven? ¿En la intensidad del tiempo vivido? ¿En esas prisas que tan frecuentemente hacen olvidarnos de la atención que nos solicitan quienes necesitan de nosotros?

Decía Francisco Ayala cuando ya pasaba de los 103 años que el secreto de la longevidad está en "la biología, la suerte y la fortaleza de ser sincero consigo mismo... La mala conciencia inquieta y no deja vivir. Si uno no ha obrado bien puede que viva atormentado. Y yo no tengo nada de lo que arrepentirme." He aquí el secreto del tiempo de la vida: obrar bien.

Cuando hoy he ido a verla, cuando he mirado sus manos, cuando me he encontrado con su mirada, al escucharle sus recuerdos de familia, al verla sonreír, he encontrado la lección serena de la dignidad de quien en su vida se ha limitado sencillamente a obrar bien.

Eloísa Ortiz Lozano ha cumplido 100 años. Y no han sido de soledad. Hemos sido muchos los que nos hemos dejado ver estos días por su casa. Una explosión de alegría compartida nos ha llevado a ella con flores y regalos. Allí nos ha recibido con su buena salud, con el buen humor que siempre tuvo y con su buena memoria, dones que todos desearíamos poseer incluso con muchos menos años que ella.

Pero no es sólo la inmensa alegría de sentirla aún entre nosotros. Eloísa, como quienes llegan a esa frontera mágica de los 100 años, representa también, aunque ya apenas da un paso si no es con ayuda de sus hijas, la sana envidia de quienes queremos subir tan alto como ella en lomos del tiempo sin dependencias de nadie y con la autonomía suficiente para decidir por nosotros mismos hasta el último momento. Un sueño tal vez inalcanzable y reservado sólo a quienes disputan a los dioses la inmortalidad.