2002

domingo, 26 de septiembre de 2010

Credo del caminante

Francisco Barco Solleiro (1943-2010)


Yo tuve una vez un amigo. Hizo para mí de padre y hermano cuando los adolescentes de mi tiempo que comenzábamos a estudiar en la universidad no sabíamos casi nada de la vida, de la fe, de la política o del amor. Me regaló siempre el consejo sabio de la orientación adecuada. Muchas horas pasé a su lado, y junto a Lina, su mujer, en su librería. La “Librería Seminario” fue faro de conocimiento para muchos estudiantes de la Sevilla de comienzos de los 70. Verdadero puerto donde arribábamos en nuestras horas sueltas (que no muertas) y donde siempre nos acogía la sonrisa de su enorme corazón ilustrado para indicarnos las lecturas, casi todas, que nos faltaban. Esas que nos señalaban en la dirección de la búsqueda de la verdad de las cosas importantes del mundo. Hablaba siempre de este o aquel autor hasta emocionarnos y lograba fácilmente despertarnos el deseo de leerlo. Y no había en ello afán mercantil alguno. Debo buena parte de mi biblioteca (y de mi empedernida bibliomanía) a su generosidad: “Llévatelo. Ya me lo pagarás cuando puedas”. Él se enriqueció de amigos y la librería, con el tiempo, tuvo que cerrar. Ya no quedan libreros así. Pocas personas de entrega tan inacabable he conocido como Paco Barco. Paco fue un gigante, un militante de la palabra y el espíritu libres desde las convicciones más profundas. Un hombre con esa clase de fe que hace mover las montañas de la historia. ¡Te he visto tan poco en estos años, joder! Y te me has ido. Casi no te lo perdono, deambulan errantes a mi alrededor los abrazos que te debo. Pero sé que lo has hecho con la dignidad de los trabajadores infatigables por el reino de la justicia y dejando tanto amor sembrado entre los tuyos que serás por siempre semilla de eternidad.


Credo del caminante

Creo en la persona,
porque es la única forma de sentirme humano.
Creo en ésta persona,
porque así puedo soportarme a mí mismo.
Creo en la mujer y el hombre,
el anciano y el niño, el blanco y el negro,
en los del Norte, Sur, Este y Oeste.
Creo en los guapos y los feos,
idiotas, inteligentes, sanos y enfermos,
buenos, menos buenos y malos,
porque me reconozco en ellos y soy,
a la vez, su posible espejo.
Creo que aún es posible la esperanza,
aunque ésta sea frágil y difícil ser optimista,
una esperanza comprometida con nuestra tierra,
con los seres vivos.
Creo en la libertad,
es la forma de reconocer al otro.
Creo en el perdón,
porque no es olvido, es restituir la dignidad.
Creo que compartir es mejor que competir
y que la sobriedad es alternativa al consumismo.
Creo en la paz,
porque es obra de la justicia, no de la legalidad.
Creo en la justicia,
porque no existe sin la solidaridad.
Creo en la solidaridad,
porque sólo es obra del amor.
Creo en el amor,
es la razón de mi existencia.
Creo en Dios,
porque es amor y no me impide, es más, me alienta
a creer de esta manera.
Creo, también, que puedo dejar de creer.

Francisco Barco Solleiro, 1993


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