EL MAESTRO – LA MAESTRA
Muchos de ellos, muchas
de ellas, nuestros alumnos, vienen de Primaria con una interiorización tal del
apelativo, que cuando llegan a nosotros no pueden evitar seguir diciéndonos
“maestro”, “maestra”. Tal vez fuera fácilmente evitable y podríamos proceder a
sustituir el llamado por el de “profesor” o “profesora”. Con el tiempo…
Pero ¿importa eso?
Siempre hubo alguien a quien ese “maestro”, “maestra”, le pareció una
degradación del cargo que ostentamos en la convencional pirámide de la
autoridad académica. A mí, eso de “maestro” me parece tan hermoso...
“Solo
podemos llamar maestro, maestra, a quien nunca pierde su condición de alumno,
porque educar es el oficio de aprender enseñando.
Un
maestro, una maestra, nunca impone lo que sabe, lo pone ante los ojos del
alumno para que la llama del interés y del entusiasmo prenda en su alma.
Un
maestro conduce a sus alumnos hacia la fuente de su propio conocimiento, les
descubre sus pozos interiores y les muestra los veneros de otros a los que
pueden acudir cuando los propios se secan.
El
maestro enseña a amar lo que aún no se conoce, a respetar y honrar el
conocimiento, cierto o no, que hasta el momento asentó nuestras comprensiones y
afectos para con el mundo.
La
sabiduría de un maestro no niega la del alumno sino que la respeta, la alienta,
la fecunda y la libera. No hace por el alumno sino que hace del alumno un
maestro de sí mismo, arquitecto del edificio de su vivir que erige sus
construcciones cotidianas sobre los sólidos pilares de los valores humanos que
más nos ennoblecen y dignifican.
Un
maestro cultiva con las semillas de lo que él sabe el conocimiento original y
sagrado de sus pupilos y no invita a la repetición sino a la recreación y a la
creatividad.
El
maestro de corazón despierta al poeta, al amante, al mago, al rey y al guerrero
que duerme en los sueños de las almas que, cada día, se sientan ante él en sus
pupitres y le miran. Más que ofrecer datos o informaciones prepara espacios y
tiempos para las revelaciones, muestra las ideas como latidos de un corazón
enamorado de la vida y del mundo y transforma los contenidos en continentes
para la belleza”.
Texto
de José María Toro
Hay
quienes ven en la Navidad la historia de un niño que nació para
convertirse en “Maestro”. OS DESEO EN
ESTOS DÍAS Y SIEMPRE, DE TODO CORAZÓN, FELICIDAD COMPARTIDA Y MULTIPLICADA.
Afectuosamente, Leo Alanís
EDUCAR(NOS) EN
(A partir de un
texto de José María Toro)
La sonrisa de un chico o una chica que es feliz en el Instituto
no tiene precio
La sonrisa de un profesor o de una profesora que es feliz en el
Instituto…eso tampoco tiene precio
La sonrisa tendría que ser considerada un elemento típicamente
escolar, como son los libros, los cuadernos, los lapiceros o las pizarras.
Hoy, quizás más que nunca, es preciso devolver la sonrisa a los
rostros de los y las adolescentes y al semblante de sus profesores y
profesoras. La sonrisa es una energía que es necesario atenderla, enfocarla,
activarla y cultivarla.
La sonrisa constituye un extraordinario alimento que ha de estar
presente y servirse en la mesa (pupitre) de cada día.
Es una medicina que actúa de manera fulminante y eficaz, es la
vitamina por excelencia para nuestro corazón.
La sonrisa nos alisa y allana el camino para llegar a los demás
y nos abre sus puertas.
Trazar una sonrisa en el momento del encuentro es como decir:
¡Aquí estoy! Quien devuelve la sonrisa no está sino respondiendo: “Pasa y
entra”.
La sonrisa pone la llave y abre la puerta.
Cada vez que sonreímos a nuestros alumnos les estamos diciendo:
“Nos gusta estar aquí”.
Cada vez que ellos y ellas nos sonríen nos dicen: “Somos felices
estando aquí y con vosotros”
Esta es una de las máximas felicidades de este trabajo: escuchar
cómo cantan y cómo ríen nuestros alumnos y alumnas, cuando se marchan a sus
casas tras haber pasado la mañana en su instituto.