¿Qué hay Rafael? ¿Cómo va eso? ¡Qué descansado que estás a estas alturas de tus 49 años, charrán! Hoy la iglesia ha estado llena, ¿has visto? Estaba allí tu familia. Alguien me comentó que había más gente de la esperada. Tú ya sabes que si hubiera habido que llenarla con esas pocas buenas personas que han estado a tu lado hasta el último suspiro de tu sufrimiento, no hubiéramos sido tantos, más bien, hubierais sido pocos, muy pocos. Perdónanos el fallo, pero hemos tenido mucho que hacer. San Lázaro, además, no nos cogía de camino. --- ¡Bien sabes lo que incomoda entrar en la habitación de un enfermo que ya no tiene remedio!---. Aparte de eso, tenemos niños, una familia que cuidar, un trabajo que no podemos descuidar, somos gente demasiado ocupada. Seguro que tú lo comprendes. Pero, bueno, aquí nos tienes diciéndote adiós. Para eso, sí hemos encontrado un momento. Como has podido comprobar desde pequeño, a la gente de Gerena no nos disgusta mucho esta costumbre de los entierros. Todos, incluso el tuyo, han pasado siempre por delante de tu casa ¡Sí que has sido, tú, cumplido, Rafael! ¿Quién de nosotros, sin embargo, llamó a tu puerta últimamente para preguntarte cómo te encontrabas? Y mira que se te veía desmejorado. Todos lo sabíamos. Pero bueno, un despiste como ese lo tiene cualquiera. Sé que no nos lo tendrás en cuenta, que sabrás disculparnos. Ya ves, hemos venido a darte el último adiós. Rafael, ¡Cuánto me gustaría que siguieras siendo el pesado que llama a mi casa y vienes una y otra vez a pedir, aunque vinieras sin afeitar! Ya sé que es un poco tarde para desearlo, pero así somos los seres humanos: ciegos con quien sufre la condición de ser eso, sencillamente, humano. Espero, en fin, que hayas encontrado la calma y el descanso que necesitabas. Tú, que tantos y tan tortuosos caminos has recorrido en tan poco tiempo con la libertad que Dios te ha dado. (Una “Libertad” hecha hoy lágrimas y desconsuelo, pero en la que debe crecer con fuerza la esperanza de un mundo más digno para los pobres). Pídele ahora al buen Dios, a quien acompañas ahí en esa “barda” infinita del cielo, que nos enseñe a barrer de este mundo todo aquello que afea y ensucia nuestros corazones y nuestra mirada. Y perdona, Rafael, perdona. Un abrazo eterno.
P.D.: Da recuerdos a tus padres, a tu hermana, al Eli, a Juanito y a la gente del pueblo que veas por ahí.