2002

miércoles, 16 de abril de 2008

SIEMPRE HE NECESITADO ESTANTERÍAS PARA MIS LIBROS



(Inspirado en un artículo de M.A. Santos Guerra para animar a una compañera a leer)


Durante la mili, leí en El Quijote: “Ahora digo que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Qué verdad aquella de que a través de los libros puedes recorrer mundos nuevos e inexplorados (“Viaje al Centro de la Tierra”, “La vuelta al mundo en ochenta días”…), descubrir mágicos universos (“Cien años de soledad”), visitar tiempos inexistentes (“El último reducto. Memorias de un hombre del año 4999), vivir aventuras jamás soñadas (“La isla del Tesoro”, varias veces), conocer personas increíbles (me encantan y he leído decenas de biografías: “Memoria personal” de G. Brenan; “Pretérito imperfecto” de Carlos Castilla del Pino, “El primer hombre”, de Camus), descubrir o inventar misterios (“La ciudad de los prodigios”), vivir grandes emociones (“El canto del pájaro” o “La oración de la rana” de Anthony de Mello; “Memorial del convento”, de Saramago), aprender miles de cosas… (Me apasiona la egiptología: “El enigma de la piedra” de Christian Jacq; “Sinuhé, el Egipcio”). Me gusta subrayar las palabras más sabias o desconcertantes que encuentro en ellos: en “Memorias de Adriano”, por ejemplo: “no estoy seguro de que el descubrimiento del amor sea por fuerza más delicioso que el de la poesía”. Me encandila y emborracha de emociones la poesía: Machado, Salinas, Celso Emilio Ferreiro, Luís García Montero


Pocos placeres más estimulantes y gratos que la lectura, ¡Qué triste que algunos se lo pierdan! Y pensar que hay quien considera que leer es aburrido, odioso, pesado.

Lo que me preocupa verdaderamente es que muchos escolares hayan dicho lo mismo. Y eso me remite a la didáctica de la lectura, a la forma de enseñar, que es precisamente, la forma de despertar el deseo de saber. Me preocupa que, de una institución destinada a despertar el deseo de saber salgan personas que odian el aprendizaje. ¿Por qué en lugar de dos libros prefieren leer uno?, ¿por qué eligen el menos voluminoso?, ¿por qué prefieren ver un programa de televisión?


“En los libros se esconden nuestros sueños para que no se mueran de frío”, les dice a sus alumnos el maestro de “La lengua de las mariposas”. Se puede leer en la playa, en la cama, en el autobús, en el “metro-centro”, en la sala de espera del dentista, en el avión, en el tren… Se puede leer en casi todas partes. Tengo colgado en el baño de la playa: ‘Sala de lectura’. Nada me encanta más que leer sobre el trono cuando la llamada de la naturaleza me urge. Se puede leer a cualquier hora del día, cualquier día de la semana. Siempre se puede leer.

Qué hermoso regalo es un libro. Un libro que, quizás, nunca hubieras comprado, un libro que probablemente venga dedicado (dice García Márquez que un libro no se acaba de escribir del todo hasta que no se dedica. Tengo libros dedicados por sus autores: de Marina, de Saramago…), un libro que te recordará a esa persona que te ha invitado generosamente a disfrutar, un libro que te podrá acompañar siempre de casa en casa (guardo aún mi primer libro en propiedad: “Leonardo da Vinci”, un regalo de un amigo de hace cuarenta años casi).


Hablo, claro está, de una lectura voluntaria, comprensiva, reposada y crítica. (Es conocida la irónica cita de Woody Allen: “He hecho un curso de lectura rápida y he leído ‘Guerra y paz’ en veinte minutos. Habla de Rusia”). Hace falta leer críticamente. Porque también se puede leer como un papanatas. No sólo con los ojos abiertos sino con la boca abierta. Lo decía aquel ciego mientras pasaba su mano sobre un trozo de lija: ¡La cantidad de tonterías que escribe la gente! Aunque me sorprende la postura de quien aconseja cualquier lectura y cualquier modo de leer, mientras es reticente ante cualquier programa de televisión. Pues no. Hay programas magníficos y libros estúpidos. Por eso hace falta impulsar la crítica, no la censura. El censor es un personaje cínico y orgulloso. He conocido algunos entre nosotros. Nos dicen: “Mire, yo puedo leer este libro o ver este programa porque soy inteligente y maduro, pero a usted le puede hacer daño, porque es tonto e inmaduro”. Lo que hace el censor es impedirte pensar por ti mismo. En definitiva, impedirte crecer. Abogo por un lector y por un espectador inteligentes que saben comprender y discernir. Decía Concepción Arenal: “Un libro, para una inteligencia que no tiene medios de juzgarlo, es una especie de tirano: sojuzga, y lo mismo puede dirigir que extraviar”.


El gusto por la lectura mata el aburrimiento, enriquece el pensamiento y ayuda a vivir. “Nunca tuve una tristeza que una hora de lectura no haya conseguido disipar”, decía Montesquieu. La lectura nos ayuda a pensar y, por consiguiente, a no caer tan fácilmente en las trampas de la política, de la economía y de la religión. “Más libros, más libres”.


Hay que despertar el amor a los libros. Como objetos hermosos, agradables a la vista, al tacto y al olfato. Hay que valorar sus títulos (“El libro de los abrazos”, “La vida exagerada de Martin Romaña” “La jirafa tiene las ideas muy elevadas”, “El mundo es ancho y ajeno”…), sus dedicatorias (“A mon grand amour que je ne peux pas oublier”, Bea), su fe de erratas (“después de corregir rigurosamente este libro podemos dar fe de que no se encuentra en él ninguna errata”), su prólogo (Stanislaw Lem escribió un hermoso libro sobre los prólogos titulado ‘Un valor imaginario’), su contenido, su estilo, su textura, su olor…(me encanta estrenar libros, incluso los de texto con su olor evocador de infancias)


El libro es un puente por el que el autor camina hacia el lector y éste hacia aquel. Un puente de tránsitos infinitos.


Organizamos hace algunos años una cadena de lectores en el CEP en el que trajaba entonces. Cada uno introducía un libro en la cadena y, al llegar el día 15 de cada mes, la cadena efectuaba un giro, de modo que el anterior en la lista te entregaba su libro y tú pasabas el tuyo al siguiente. Lo pasamos bien. En el instituto, hicimos algo parecido, elaboramos el listado de los libros de “nuestra vida”.


Todos los días deberían ser “el día del libro”. Deberíamos leer cada día, como recomendaba el aforismo latino: “Nulla die sine linea” (ningún día sin una línea). Me emocionan los libros de las más terribles experiencias humanas: “Si esto es un hombre”, de Primo Levi; “El hombre en busca de destino”, de Víctor E. Frankl; “Sefarad” de Antonio Muñoz Molina… Qué hermosa y potente novela la de Ray Bradbury: ‘Farenhait 451’. Como se sabe, el título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel. En una sociedad en la que se decreta la persecución y quema de libros, las personas acaban aprendiéndose un libro de memoria para perpetuarlos en el mundo. ¿Qué sucedería en un mundo sin libros?

El primer libro que leí era un libro de mis hermanos mayores que andaba por casa, recuerdo sus tapas rojas y su título “Plácida”. Pero, sobre todos ellos, han decidido mi vida y mi actitud frente ella los que hablan de la educación en la que creo: “Summerhill”, “Carta a una Maestra”, “Insieme. Un diario de clase”…

Me llevaría años hablando de los libros de mi vida. De las decenas que robaba de joven estudiante por los grandes almacenes (La Historia de España en 7 tomos de Alfaguara deben echarla de menos aún en el Corte Inglés). De mi afición a la literatura realista rusa o mejor a Máximo Gorki, de quien leí casi todo (“La madre”, “Los ex hombres”, “Mi vida”…) De los largos veranos en los que al frescor de una manta en el suelo leía y leía y leía… De la larga mili en que leí decenas de libros y de entre los que recuerdo vivamente “A sangre fría”, de Truman Capote. De los veranos en Paris en que devoraba “Astérix´s” en francés y cargaba mi maleta de vuelta con un puñado de buenas lecturas pedagógicas y literarias. De los libros que me despertaron la conciencia y la rabia contra la injusticia: “Ganarás el pan con el sudor del de enfrente”, de Patricio Chamizo; “Tierra de Rastrojos”, de Antonio García Cano; “Así me nació la conciencia”, de José García Salve…

Por eso necesito estanterías para llenarlas con mis libros. Tengo algunas heredadas de mis amigos. Al verlas, siempre los recuerdo. Me gustaría recordar a partir de ahora que, en cierta ocasión, tuve una compañera muy especial a mi lado en este batallar sin tregua por una ESCUELA mejor. Siempre amigo, Leo. Gracias de corazón por todo.

En Gerena, 29 de junio de 2007

2 comentarios:

José Manuel Martínez Limia dijo...

Te había escrito un comentario en esta entrada pero se ha borrado. No sé por qué o cómo ha sido. Quizás me puedas decir algo. De camino te he dejado un meme en mi blog. Saludos.

Pelayo dijo...

Se aprende a leer bien con el tiempo, igual que se aprende a hacer el amor bien con el tiempo. Porque al fín y al cabo son cosas parecidas ¿no? es la sensación placentera de entrar en un momento de relajación y tranquilidad. Cuando dices que los chicos no quieren leer es lógico. Son eso, chicos, que siempre querrán ir contracorriente. Yo recuerdo de mis años en el "tuto", que no leí ninguno de los libros que me exigían, pero solo por eso, porque me lo exigían. Después los he leido todos.
Es cierto, leer enriquece. Y no por el tópico de adquirir vocabulário, sino por aprender a ser persona.