El verano, como sabéis quiénes me hacéis el honor de leer estos escritos más o menos apresurados y siempre dolorosos (os puedo asegurar que escribir es para mí, a pesar de lo que piensen algunos, un trabajoso parto), me trae siempre, además de la posibilidad de incrementar el ritmo de producción de abrazos dirigidos a los míos, especialmente a mi hija de siete años, ---ella sí que me hace enamorarme de la vida y reencontrarme felizmente con el mundo---…el verano…me trae siempre, digo, tiempo para la lectura.
Permitidme que muy brevemente os comente algunos de esos libros con los que tenía una imperiosa necesidad de ajustar cuentas. Comprados muchos meses antes a través de Internet, patria en la que han nacido (Me refiero a su edición en www.librosenred.com que no a las manos y a la mente donde han sido urdidos y gestados), pude, al fin, leer “Exitus” y “Lucrecia y la rata”. Bien sé que estos títulos, así tal cual, dicen poco a muchos. Pero os diré que el autor de estas dos obras es ANTONIO PAVÓN LEAL, un combativo profesor de francés nacido en Gerena y, sobre todo, un entrañable amigo desde siempre. Y no siempre, uno, claro, cuando lee en la playa, puede decir a quien le pregunta que lee el libro de un amigo: Doble placer de esa lectura.
Sería extenso, además de difícil para mí, referirme en detalle a sus libros. No soy crítico literario y sólo poseo un conocimiento intuitivo del mundo de la literatura. Pero tengo, sin embargo, el modesto oficio del viejo lector que soy (He dicho viejo, no anciano, eh) y, sobre todo, las ganas de hablar (bien) de mi amigo el escritor. De él conocí ya hace muchos años, no sólo su fecunda voracidad lectora, sino algunos poemas y algún que otro relato breve. Esta vez, sin embargo, estas dos obras sí que te dan la oportunidad de descubrir a un autor mucho más allá del horizonte del primer ensayo, de esas iniciales intenciones tan ingenuas de las primerizas páginas. Dos libros que indican hacia la dirección de un más intenso momento futuro de fecundidad creativa.
Su capacidad para describirnos ambientes sociales y paisajes naturales que tan familiares nos resultan; sus tipos humanos nacidos del cotidiano de ese pueblo del que él mismo procede; su poder de penetrar en los personajes más diversos, incluso en los más insondables (basta leer “Lucrecia y la rata”, sobre todo a la rata, para darse cuenta de ello); el entramado global de sus fábulas… no sólo muestran una madurez narrativa a la altura de otros escritores andaluces, sino que apuntan a esa obra definitiva que está por venir.
A quienes ya tenemos una edad ---muy buena edad, por cierto---, sus libros nos transportan a una época que algunos hemos vivido muy intensamente. Os sugiero su lectura, os aconsejo ese viaje, esa “salida” (“exitus”) por el mundo que Antonio nos describe. Es leyendo sus libros como ayudamos a un autor a crecer como escritor, ese escritor que Antonio Pavón, en nuestro caso, siempre ha soñado ser y que ha llegado a ser. Hay un pasaje, en “Lucrecia y la rata”, en el que sus personajes dialogan:
“- Soñar no sirve para nada.
- A mí me sirve para vivir.
- Para vivir hay que tener los pies en la tierra.
- ¿Y dónde crees que los tengo yo?
- Tú ya me entiendes.
- Sí, eres tú la que no entiendes que los sueños son la avanzadilla de la realidad. O sea, que lo que se sueña acaba cumpliéndose, a menudo para nuestra desgracia.
- Eso será si se sueñan cosas malas.
- Y cuando se sueñan cosas buenas también, porque el género humano tiene una probada capacidad de envilecimiento.
- ¡Vaya! ¿Y entonces?
- Entonces hay que forjar nuevos sueños para que el mundo siga en marcha.”
Puedo asegurar que hace muchos años que sus amigos presentíamos la literatura que nacería de Antonio Pavón, los sueños que él forjaba en su alma tímida y buena. Era más que evidente que soñaba con ello. Y no hay más que perseguir a un sueño para terminar, antes o después, atrapándolo por la cola y trayéndolo al mundo de lo real. Hay libros cuya lectura te satisfacen con mayor o menor plenitud. Pero hay algunos libros que te hacen sentir una satisfacción especial, un cierto orgullo, porque, al sentirte cercano al padre de esas páginas, te ves aparecer en alguna sencilla “coma”, en algún modesto punto y coma, allí, apareces tú, o al menos, así te ha gustado verte. Gracias, pues, Antonio, por estos regalos. Esperamos más, muchos más.
1 comentario:
La vida depara estas inesperadas alegrías, como la que me llevé anoche, a la vuelta del trabajo. Cuando lei tu reseña, de la que tuve noticia a través de Gonzalo, me sentí abrumado y agradecido.
Escribir es luchar con las palabras. No es tarea fácil porque a menudo se resisten como gato panza arriba. Como tú dices, escribir se asemeja a un parto (sin anestesia). Pero ahí estamos, sirviendo a nuestra causa interior o respondiendo a una llamada de cuya realidad se duda en más de una ocasión.
Comparto contigo el amor a la lectura, que es una ocupación menos ardua y más gratificante. Leer es una forma de profundizar en nosotros mismo y en nuestro entorno. Un espejo que nos ayuda a reconocernos y a descubrirnos. Borges dijo al respecto: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer".
El pasaje que citas de "Lucrecia y la rata", es ciertamente ilustrativo. En él, Tomasa y Domingo, el muchacho medio ciego de Pedrochico, hablan de los sueños, tan necesarios para recorrer el camino de la vida. Aunque, como en ese fragmento se señala, los sueños se pueden pervertir e incluso volverse contra nosotros. Releyendo el pasaje, recordé las siguientes palabras de Oscar Wilde: "Hay dos clases de desgracias: una es no conseguir lo que deseas, y la otra conseguir lo que deseas". O sea, que estamos pillados.
Por mi parte, creo en la solución propuesta por Domingo. Más que nada para que el mundo no se detenga e implosione.
Te reitero la agradable sorpresa de anoche y me despido con un emblemático poemita que surgió al hilo de la lectura de un libro sobre dragones (tal como suena):
Ese pájaro de alas verdiazules
que va a cruzar el cielo,
es tu propio coraje
alzando al fin el vuelo.
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