2002

viernes, 26 de septiembre de 2008

A Pepe el de "La Cueva", con cariño


No puedo, no podemos, más que quererle. Forma parte de manera indeleble, de los paisajes y vivencias más entrañables de nuestra infancia, al menos de quienes nacimos y nos criamos en el entorno de la vieja Plaza de Abastos. Cuando eché a andar y jugaba y corría y cuando me eché abajo cien veces las rodillas sobre el duro enlosado de “La Plaza”… allí ya estaba él.

“La Cueva” fue uno de mis territorios más explorados: las bestias en la cuadra, la pileta del agua coloreada en su fondo por el verdín del musgo, su desvencijada puerta del campo, los jornaleros en la taberna y al “Niño” tras la barra… Y, sobre todo, con la fuerza de los recuerdos más vigorosos, vive aún en mí ---yo tendría los seis o siete años---, el triste velatorio y la no menos apesadumbrada comitiva que acompañó el pequeño y pobre féretro de un niño de corta edad, hijo de unos forasteros que estaban, de paso, alojados en La Cueva. Recuerdo bien aquel entierro, verdadero entierro sobre un minúsculo hueco abierto en la tierra, a pocos metros de la entrada del primer patio del cementerio, a la izquierda. ¡Cuán triste debió ser para el niño que fui, vivir la muerte de aquel otro niño!

Ojear fotos, viejas revistas o carteles anunciadores de acontecimientos pueblerinos de los últimos cuarenta años es una posibilidad más que cierta para encontrar a Pepe en primera fila. Ya sean bodas, bautizos o procesiones, allí, muy cerca, aparece la silueta inconfundible que nos confirma su presencia. Y porque de los entierros no tenemos memoria gráfica… Aunque bien sabemos que no falta a ninguno. ¡¿Cómo no querer a quien da tan buena compaña?!

¿Qué mundos, universos…pueblan su dispersa mirada? ¿Qué pensamientos cruzan por su alma, en su trabajo de testigo permanente de la vida cotidiana del pueblo?

Le recuerdo en cierta ocasión en el hospital. Bajo la sábana, temblaba como un niño en su primera experiencia entre médicos. A su lado, el más vigilante y emocionado cuidado de Soledad, su madre, y toda su familia. Porque Pepe… Bueno, Pepe es mucho Pepe para todos ellos.

De seguro que él no será objeto de homenajes y pergaminos, pero si instituyéramos en Gerena un premio para destacar la compañía más fiel, Pepe tendría pocos rivales.

Ya hace algún que otro año que se lo pedí: ¿Te importa que te haga unas fotos? Y he aquí, fijaros bien en la imagen, que el espejo, sin querer el fotógrafo, nos devolvió toda la bondad y la inocencia que este ser humano tan entrañable lleva en su rostro. ¿No hay quien dice que los espejos nos hablan reflejando el alma de quien se mira en ellos?

Cada vez que me lo encuentro, renacen en mí los recuerdos de mi niñez. Y es que Pepe nos transmite una cierta memoria de infancia inacabable. Parece como que en él hubiera quedado el tiempo detenido y, con el suyo, el de todos.

1 comentario:

Felipe Marín Álvarez dijo...

Enhorabuena y bien merecido.

La frase : "Parece como que en él hubiera quedado el tiempo detenido y, con el suyo, el de todos."

ES ESPECTACULAR.