2002

domingo, 15 de febrero de 2009

MEMORIA HISTÓRICA (IV)





JOSÉ CHÁVEZ BARRIOS


Va bien abrigado. Empieza sin embargo a disiparse el intenso frío que hemos sufrido este último invierno. Está de pie y toma el sol en esta mañana de domingo junto a un enorme portalón de chapa. La intensa lluvia de estos días atrás ha declarado una tregua que se agradece. Estoy seguro que ante sus ojos ya han pasado cerca de cuatrocientas estaciones más o menos lluviosas, más o menos secas. ¡¿Qué no habrá visto a estas alturas de su vida?! No parece pesarle, sin embargo, el paso de los años. Llevado de una suave cadencia, su frágil andar y su erguida figura, más bien elegantes, forman parte del paisanaje singular de nuestras calles. ¿No lo habéis advertido? ¿No lo habéis saludado? Es inadmisible dejarlo pasar ante nosotros sin hablarle, sin otorgarle el obligado saludo afectuoso que debemos a los muy mayores. A veces pienso que debería existir una ley escrita que obligara a todos a rendir homenaje y respeto permanente a nuestros ancianos. Llegar a los 96 en un excepcional estado de salud y fortaleza no es sólo un privilegio. Las personas como Pepe son ese legado vivo de una historia que sólo él puede ayudar a contar con la autenticidad que reflejan las pupilas de quienes la vivieron.

Al verlo, me he dicho que no aplazaba más mi deseo de hablar con él. Voy, como quien dice, preparado para el asalto. Acabo de dejar unas fotos en casa de una vecina y he vuelto a salir en busca de una de esas historias silenciadas por la Historia oficial, por la historia de los vencedores. Me acerco a él, lo saludo. Me reconoce, me conoce. “Pepe, ¿usted tiene algo que ver con Manuel y Arturo Chávez Barrios, no?”. “Claro, ---me dice, mirándome fijamente---, eran mis hermanos”. ¿Le importa a usted que charlemos sobre aquello? Y es él quien me invita a acompañarlo a su casa.

Nos sentamos a la mesa. Y poco a poco, desordenadamente y teniéndolo que parar de vez en cuando para dar tiempo a la pluma a garabatear la fidelidad de su testimonio, van apareciendo los grises colores de una época que le marcó.

“Cuando entraron las fuerzas, yo estaba aquí en el pueblo. Trabajaba entonces en un mato a la salida de Aznalcóllar. Yo he trabajado siempre en lo que caía: en el campo, en los albañiles, de cantero… Las fuerzas entraron por la carretera de El Garrobo pegando tiros y asustando a la gente. Allí estaba el pobre David, en el Cerro del Águila. Cuando me lo dijeron, me quité de en medio. Yo no tenía nada que ver, ni estaba apuntado en ningún partido, pero sí estaba en la CNT…para poder ir a trabajar. Si no, no le daban a uno trabajo. Yo ya había estado en el ejército. Luego me tocaría ir otra vez”.

“A mi hermano Arturo, que había perdido dos dedos de la mano izquierda, lo había colocado Manolito Gil en el Ayuntamiento de escribiente. Tanto él como mi hermano Manuel estaban muy bien de escribanía y de lectura. A Arturo se lo llevaron y le hicieron perrerías. Lo ponían una y otra vez como para fusilarlo y volvían a meterlo en la cárcel, hasta que se lo llevaron una noche y ya no volvimos a verlo más. Yo estaba con él, acostado en el suelo con una manta. Estábamos en el salón de arriba del Ayuntamiento. Fue desde allí, desde la ventana por la que se veía el cementerio, que vimos los relampagazos de los disparos de fusil cuando trajeron a las mujeres de Guillena”. Aquello sucedió al mes y pico de entrar las fuerzas. A mi hermano, quizás lo acusarían de algo. Yo creo que lo mataron porque era de izquierdas. Yo había estado por ahí…

---Va arrastrando las palabras y noto que la boca se le reseca al hablar---

…Huyendo llegué hasta cerca de un pueblo de Extremadura… ---A pesar de su esfuerzo, lo castiga ese olvido inevitable que debilita los recuerdos tristes. Confiesa tener su nombre en la memoria. Yo no he sabido ayudarle---. Llegaban entonces fuerzas de Badajoz y me fui a hablar con el jefe del comité y le dije que para estar así, yo me iba mejor a mi pueblo y que me hicieran lo que quisieran. Estuve en Gerena, por La Calera. Llegué a estar en la Huerta del Pino y de allí me volví a la Canaleja. Harto de estar escondido, me vine y me presenté a las autoridades. Ya para entonces, B.F., había preguntado a mi padre en alguna ocasión dónde me encontraba: ¿Dónde está tu Pepe? (Él sabe bien que este deambular de búsqueda y captura por las casas de los huidos del pueblo, era tarea habitual del grupo de falangistas del pueblo. Él sabe bien que, a diferencia de otros, salió bien parado de aquellas búsquedas). “Entonces era obligatorio entregar un arma y él le proporcionó a mi padre una pistola”. “Al llegar al pueblo, mi padre y V.N. venían a buscarme. En el cuartel, el cabo me hizo preguntas...” ---Nuevamente, retazos de desmemoria le impiden recordar su nombre, el del guardia, claro.---

Me mira y sonriéndome me dice con cierta irónica gracia: “me acuerdo de tó cuando no me quiero acordar de ná…que es cuando estoy en la cama intentando dormir. Pero cuando me preguntan, se me va y no me acuerdo”.

“Veníamos cuatro: Manuel Quesada Leal, Plácido Sanz Fernández y otro…que estaba casado con la de Repago, le decían “El Carbonero”. A Plácido y a Manuel, a los dos días, los sacaron y los mataron. Estuve once días en la cárcel, en la planta alta del ayuntamiento. Terminaron movilizándome con el último reemplazo, el del 33, y me fui para la guerra”.

“A José Quesada, hermano de Manuel, lo sacaron con el grupo de Manuel Mateos, Paco el Furriel y otros más que mataron en el cementerio de Guillena”.

“A mi hermano Manuel lo mataron en el monte. Iba con un tal Vidal, de El Garrobo. Al atravesar la carretera de Aznalcóllar a El Castillo, por la Pata el Caballo, un camión de falangistas…lo hirieron en una pierna. “Allí lo acabarían de liquidar” “La familia de ese Vidal decía que su padre lo había enterrado. Han tratado de encontrarlo, pero eso era un montarla y allí no ha aparecido nada. Manuel era de la CNT. Había que estar apuntado al sindicato. Yo…no echaba cuenta en política”.

Le hago algunas preguntas para ayudarle a contarnos su historia. A su lado, también le escucha su nuera. “B.F. para mí fue bueno, aunque los que tenían mala leche se alegraban de aquello”. “En el colegio de aquí de las niñas, estaba el Comité”. “Había algunos chavalotes muy revoltosos. Quisieron molestar a B., que vivía enfrente, mis hermanos Arturo y Manuel le quitaron los golpes de esos chavalotes que querían hacerle daño. Aquí, a la gente de derechas no le hicieron nada”.

“Me acuerdo bien de aquella noche. Me acuerdo que mi hermano Arturo tenía tres perras chicas en el bolsillo y me las dio al irse. Era media noche. Empezaron a nombrar a cuatro o cinco. Me acuerdo de sus caras, pero de los nombres no me acuerdo. Decían que se los habían llevado a la parte de Olivares. Precisamente venía al mando un capitán manco que decían era de Olivares. La gente de derechas les daban una lista. Al parecer quería hacerle daño a los demás…aunque sin motivo…como a mi hermano Arturo, que no hizo daño a nadie”. “Mi madre…no sé cómo duró tanto tiempo. Con las cosas que tuvo que padecer…

Cuando me despido de él, advierto en su mirada una sonrisa de gratitud hacia la vida. El próximo 26 de julio cumplirá los 97. A pesar del tiempo gris que le tocó vivir, me recuerda, con ayuda de su nuera, que tiene cuatro hijos, once nietos y 15 biznietos. Después de comenzar a trabajar a los doce años, es más que una rica herencia para encarar orgulloso el final de sus días, desde luego. Me recuerda que sus padres eran José Chávez Navas, hijo de Evaristo Chávez Cáceres, y de Manuela Barrios Sánchez. A él, en realidad, le llaman como a su padre, Pepe el de Evaristo.

5 comentarios:

José Manuel Martínez Limia dijo...

Como soy tan despistado, es casi seguro que no me daré cuenta. Pero si consigo localizarlo en algún cruce de miradas, le saludaré. Le diré que he leído esta entrada tuya y que gracias a toda esa gente anónima de la posguerra que no entendía de política (o sí), pero que trabajó y trabajó y trabajó podemos nosotros hoy tener la suerte de vivir una crisis económica. Ellos, seguro, tendrán una dimensión exacta de la palabra crisis.

Felipe Marín Álvarez dijo...

“Harto de estar escondido, me vine y me presenté a las autoridades.”


Esta frase me ha parecido de una fuerza increíble. Conocía a Pepe, lo llevo viendo por las calles desde que yo las piso. Pero no conocía su historia.

Muchas gracias Leo por pedírsela o, tal vez, consentidamente, robarla, rescatarla y compartirla.

Un abrazo.

Carlos dijo...

Hola Leonardo. Increible este artículo. Muchas gracias por él.

antonia chaves martinez dijo...

Hace dos. Años cinco meses y cinco dias que se fue al cielo yo soy su nieta antonia a la que crio y me cuido como yo hice cuando el lo necesito lo hice econ todo el amor que se merecia era el mejor unico y lo qierre siempre tenia tantos refranes tantas historias me a dejao una herencia preciosa .su paciencia sabiduria amor eso es lo mas grande

antonia chaves martinez dijo...

Era unico y lo siento como mi padre u a pesar de dos años cinco meses y cinco dias esta muy presente en mi vida y lo estara siempre era mi abuelo lo mas grande tenia tantos refranes tantas historias tanto que aprender de el esa fue su herencia para mi lo mejor que me dejo era unico y lo qierre siempreun hombre ejemplar gracias a todos por recordarlo.