2002

sábado, 13 de septiembre de 2008

Del leer, de los libros, de la experiencia, de la vida… frente al mar de todos los veranos (I)





Compartir nuestras lecturas es dar a conocer una parte de nuestro mundo interior. Al pasar la última página de un buen libro y cerrar sus tapas, te queda un “run run” profundo que sólo a ti te pertenece y sólo en ti permanece como una pequeña conquista…,repetida de mil modos diferentes, en cientos o en miles lectores de la misma obra. Tal vez sea esa capacidad de producir iguales evocaciones en quienes pueblan diferentes geografías, donde justamente radica el éxito de determinados autores.

Sin embargo, no sólo los libros son capaces de confeccionar nuestro ropaje más íntimo, no. Es más, es idiota aquel que considere que únicamente ellos pueden llenar la vida ignorando la sabiduría que acumula, por ejemplo, en sus ojos cualquier anciano iletrado. Pero es evidente que ayudan, que aunque no lo deseemos, nuestras lecturas pesan en la mirada que cada día dirigimos al mundo.

Leer es una actividad muy personal, aunque pueda compartirse y cada cual puede y debe al respecto tomar sus propias decisiones. Leer, como hacer el amor, o es un placer, o es una verdadera condena. Tal vez sea algo inútil hacer recomendaciones, porque lo que para unos resultó ser una maravillosa aventura interior, para otros puede constituir un sufrido viaje a la más pavorosa decepción.

En mi profesión, por ejemplo, el saber experiencial, ese que se acumula con el tiempo y surge de tu pulso con la realidad, suele pesar más que el estudio de la teoría educativa si por tal entendemos lo que se escribe sobre la Escuela y, por tanto, lo que sobre ella se lee. Y es verdad que los profesores aprendemos más del intercambio de experiencias con otros profesores que de la exposición de teorías sobre el quehacer educativo. Sin embargo, la lectura reflexiva es, sin lugar a dudas, la actividad que más puede contribuir a orientar nuestras acciones.

La lectura nos abre la ventana a otros mundos, a otros latidos. ¡Ojala todo el mundo leyera a diario sobre su oficio, especialmente sobre aquellos dirigidos a otros seres humanos, para renovar sus conocimientos, para rejuvenecer sus rutinas y alimentar su amor por lo que hace! Porque no todo debe fiarse a la diosa experiencia. La experiencia por sí sola no basta. Hay quienes continuamente la esgrimen como el argumento supremo del por qué de sus actos. No deberían olvidar esas personas, educadores o no, que la experiencia, como dijo Aldous Huxley, no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede. (Hay quien ufano afirma: “¡Tengo 25 años de experiencia!”... sin saber, el pobre, que sólo posee un triste año de experiencia repetido 24 veces: Jamás innovó, jamás se documentó, nunca abrió una revista especializada, nunca compró un libro para ampliar saberes y… se limitó únicamente a adquirir, para soltarlos repetida y oportunamente, los trucos, los lugares comunes, los tópicos y vaguedades…que, considera él, justifican su amplio dominio de la materia propia de su trabajo).

Y es por esto que mis días, todos mis días, y muy especialmente los de verano por ser aquellos en los que tienes más horas para aparcar las “obligaciones”, están poblados de libros. Libros sobre los que voy señalando, ya sea con un discreto doblez en su ángulo superior, a derecha o a izquierda según corresponda, páginas sobre las que regresaré más tarde, ya sea subrayando frases que me conmueven, o marcando a lápiz aquellos pensamientos que educan mis emociones. O descubriendo o persiguiendo, en fin, vidas de notables personajes que algo siempre nos enseñan a la hora de tomar nuestros propios caminos.

Soy de la opinión de que la mayor parte de los libros que nos han conmovido, han salido a nuestro encuentro. Soy amante de las visitas a las librerías de la capital ---La Casa del Libro, Beta, Reguera, San Pablo…--- En ellas, suelo “ojear y hojear” hasta llegar a la borrachera de los ojos, el embotamiento de la mente o la “perdición del bolsillo”. Paseo una y otra vez por entre mis secciones favoritas: sociología, educación, filosofía, religiones, autoayuda, biografías, literatura, historia, geografía, cómics…Los trato casi reverencialmente. A unos los acaricio a veces tras descubrir en ellos un pensamiento amable, la reflexión que te convence… A otros, los más caros e inaccesibles, con pena por no traerlos de vuelta conmigo, les pido disculpas y les vuelvo a depositar en los estantes. No es difícil dejarse cautivar por alguno. Y es que, como dice la canción, “Todo está en los libros”.

Mientras las políticas culturales no pasen por el abaratamiento de los libros, sobre todo de los de actualidad, las leyes del mercado alimentarán el raquítico despegue anual de las cifras de lectores. Y eso que hay quienes dicen que nunca estuvieron tan baratos, cosa cierta tal vez dada la manifiesta sobreoferta literaria que invade los kioscos de prensa. Son muchas las revistas que se venden al reclamo de un libro regalado. ---No menos que las muchas que ofrecen gafas, bolsos, pareos, sandalias, …¡¿Qué es lo que les queda por ofrecer?!---. Infinidad de colecciones nos tientan por estas fechas del comienzo del curso: ¿Qué colección hemos decidido adquirir nuevamente quedándonos una vez más en los primeros fascículos o volúmenes?

Sin embargo, si quieres acudir a la literatura más actual, a la creación escrita de interés, a las aportaciones más novedosas en el mundo del quehacer científico o social, uno ha de desembolsar un alto peaje. El mismo que alimenta y nutre las poderosas cuentas corrientes de los fabricantes de bestsellers. ¿Quieres leer las obras del reciente Premio Nobel? ¿Quieres adquirir un ensayo filosófico? ¿Te interesa actualizar tus formas de enseñar y trabajar? ¿Deseas adquirir el último informe sobre educación, sobre el medio ambiente o sobre el discurrir del doloroso mundo empobrecido?

Y es que, en esencia, sólo los libros, en sus múltiples formas, te proporcionan esa oportunidad… Aunque, como digo, el viejo lector empedernido “educado en la cultura del papel” tendrá que dejar a cambio, cada semana o cada mes, una parte considerable de su sueldo para complacerse con el cultivo de su afición favorita. Desde luego, vistas las cosas de la economía ---(no me atrevo a mencionar la palabra crisis…no vaya a parecer yo un combatiente antizapaterista o un anticuado y peligrosos militante marxista, doctrina económica de la que en buena medida procede el concepto, a pesar del regodeo que al pronunciarla se les nota a los insignes opositores “PePeros” que, de seguro, ignoran tal extremo)---… vistas las cosas de la economía, repito, no anda el horno para esos bollos. ¿Os imagináis que el precio de los libros contabilizara en el cálculo del IPC? La inflación que padecemos ya no sería galopante, sino verdaderamente huracanada.

Habrá, claro, quien me recuerde el potencial actualizador de Internet, qué duda cabe. O la posibilidad de acudir a la Biblioteca Pública más cercana… para ver si han renovado sus fondos al ritmo que dicta la voraz industria editorial o el exiguo presupuesto que los municipios dedican a tal cosa. Pero, ---como refleja este blog---, todo tiene su momento y el verano no ha sido tiempo para el ciberespacio, sino para “abandonarme” un poquito en la arena que tan generoso devuelve el Atlántico sobre Doñana y degustar el frescor que fabrica, dos o tres veces cada día, el océano en su lucha diaria con el sol.

En todo caso, siempre quedarán los clásicos. Y éstos están a muy buen precio, pero… ¿Quién los lee? ¿Los obligados estudiantes en las escuelas? ¿Explicará esa “tortura china” el desastroso estado de la lectura en nuestro país?

Me propongo, si esta avalancha de ocupaciones que me envuelven me lo permite, compartir, con quienes peregrinan por estas páginas de los sueños ausentes, mis silenciosas lecturas de un tiempo sin prisas, próximo al mar… El mismo mar de todos los veranos…de todas las pateras.

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