Diario de un profesor (I)
Dicen los investigadores de la educación que los profesores guardamos la intimidad del aula con el mismo celo con que preservamos las interioridades de lo que sucede en nuestra alcoba. De ello quizás dé fe el repetido y permanente gesto del cerrar la puerta tras nosotros una vez que entramos en clase. Es… ¿para que nada nos moleste…? ¿Qué ocurre en el interior de un aula? Llevo haciéndolo casi a diario más de veintiséis años y también he sido de las pocas personas privilegiadas que ha podido observar qué sucedía en el aula de otros profesores. Hoy os abro mi puerta. Mirad y estad atentos, así trabajamos. (Todos los nombres que encontraréis a continuación no corresponden a los alumnos y alumnas reales para preservar su intimidad.
Ellos me esperan fuera del aula y al abrirles la puerta los voy saludando con cordialidad. Es el primer día de clase. Conozco a muchos de ellos, aunque sólo a dos les he podido tener en clase anteriormente, son repetidores, ese genuino producto de la Escuela. Me acerco a la mesa del profesor para dejar sobre ella un voluminoso cuaderno de anillas y mi caja de las plumas que saco de la cartera. Mientras lo hago, repaso en mi cabeza muy rápidamente el guión que el día anterior elaboré en casa y que me ayudará a desarrollar la clase. Dejo abierto el cuaderno con esa guía a la vista, que me indicará las tareas y el material que deberé ir entregándo conforme avance la clase.
He cogido el listado de alumnos y dirigiéndome a todos les digo:
- “Buenos días. Vamos a pasar lista. Es lo primero que se hace, ¿no? Me miran en silencio y asienten. ---Tienen demasiado interiorizado el “ejercicio del control” llevado a cabo rutinariamente por quien ostenta “la autoridad” dentro del aula. Es una de las funciones atribuidas al sistema de enseñanza desde sus orígenes como sistema. Claro, que ellos ignoran el océano de tinta que sobre el control en la escuela ha derramado la sociología de la educación---.
- No, ---les digo---. Yo creo que las normas de la buena educación, de los modales correctos, nos obligan a que, primero… ---y dejo así la frase, solicitando con mi mirada una respuesta---.
- Lo primero es…---Y como sigue el silencio, yo contesto---,…que nos presentemos.
- “¿Todo el mundo me conoce?” --- Es más que evidente que saben quién soy. El director es siempre un personaje público en un centro y, en mi caso, hasta más allá de las vallas del recinto escolar---.”Yo soy Leonardo. No me importa que me llaméis Leo. Leo no es más que el apócope de Leonardo”. Ello da pie y me sirve para explicarles que, del mismo modo, existen apocorísticos, es decir, nombres formados a partir del acortamiento de otros, pero, en ese caso, utilizándose la parte final del nombre. Por ejemplo, Lena, apocorístico de Elena o Magdalena. Lena es para muchas un bello nombre.
- “Soy Leonardo… y seré vuestro Profesor de Sociales. Estudié Geografía e Historia en la universidad y me especialicé en Geografía. Me apasiona la Geografía. La considero una ciencia muy útil para los seres humanos. Mirad, la Geografía estudia el escenario en el que se desarrollan todos los acontecimientos humanos: el relieve, el clima, los ríos, la agricultura… La Geografía estudia dónde vivimos, quiénes y cuántos somos y qué hacemos en cada lugar para vivir. Trataré de hacerla atractiva, interesante, bonita y, sobre todo, valiosa para que con ella seamos capaces de entender el mundo en el que vivimos. Porque, y esto no debéis de olvidarlo, todo a nuestro alrededor es Geografía”.
Es mi primera excusa para preguntarles por su mayor, o menor, o nula inclinación hacia el estudio de la Geografía. Muchos reconocen abiertamente que no les gusta.
Cuando en mi presentación les he dicho que pueden llamarme Leo, he evocado con fuerza, de una parte, los comentarios despreciativos que sobre el “colegueo” ha esgrimido en alguna ocasión, creo que contra mí, alguna profesora. Comentario, pienso, de quienes en mi opinión olvidan que la AUTORIDAD es una cualidad que no se impone por la fuerza o por la aplicación a rajatabla de las normas, sino que constituye un valor que viene dado por el reconocimiento externo a la práctica de determinadas actitudes con las que ayudamos a “crecer” y a ser mejores a nuestros alumnos. Es verdad que la confianza mata al hombre, como bien recuerda el dicho popular, pero prefiero que los alumnos me fallen por poner en ellos confianza, que por hacer de ellos sujetos de permanente desconfianza. Cuando sufro alguna decepción de su parte, siempre se lo recuerdo: “Os doy confianza para que seáis mejores”.
De otra, me ha recordado algún desagradable y reciente incidente entre un profesor y sus alumnos al que éstos vapulean impunemente, ocultándose en el anonimato de la masa, con un mote verdaderamente ofensivo. Ello da lugar a un comentario, el primer comentario con seriedad grave con el que les señalo la importancia de llamar a cada cual por su nombre y no por el mote más o menos ingenioso y siempre doloroso con que bautizamos a determinados compañeros o profesores. Por ello les recalco que seremos muy severos con aquellos que atenten contra la dignidad de nuestros nombres. Es el primer día y no viene mal delimitar con claridad el terreno de juego en el que debe reinar el respeto mutuo.
Termino mi presentación indicándoles que, además de llamarme como me llamo, “soy de Gerena y… ---bromeo con ironía---, por lo tanto, los que nos seáis de Gerena, sabed que os va a ser muy difícil aprobar esta asignatura”. Se hace un silencio de cierto estupor en la clase. Es tan increíble lo que les acabo de decir que puedo observar sus caras de asombro. Como se mantiene el silencio, yo prosigo, dirigiendo mi mirada a una de las alumnas que está a mi lado: “¿verdad?”. Me mira a los ojos y mueve al poco su cabeza en señal de desaprobación.
- “¡Claro que no, hombre! Nadie es mejor o peor por ser de donde es”. Y en este punto les señalo que una de las riquezas más valiosas de nuestro centro es esa variedad de orígenes, esa pluralidad de procedencias de su alumnado. “Unos sois de Las Pajanosas, otros de El Garrobo, de El Castillo y sus aldeas o de Gerena. Sin contar a Laura que viene de Aznalcóllar o a Fernando que es de Guillena. “¡Y esto es también Geografía, chavales! El lugar del que venimos nos hace parecidos en unas cosas y diferentes en otras. Poseemos costumbres y hasta culturas diferentes.”
Es hablando de esto cuando descubro delante de mi a Fernando. Ha venido a clase con un simple papel doblado hasta su mínima expresión y un bolígrafo. Ese es todo su pertrecho, toda una verdadera declaración de intenciones: “¿Eso es todo?”, le pregunto. ¿Tú de dónde vienes? Inmediatamente, mis preguntas me llevan a conocer que algo no ha ido demasiado bien en su vida anterior de estudiante antes de ingresar en nuestro instituto. Es uno de los pocos repetidores del grupo. Enseguida tengo esa impresión ya conocida de que estoy delante del típico estudiante desastre al que costará ganarlo para la causa del trabajo. Quiero pensar, sin embargo, que podremos ganarlo para esa batalla del éxito y que seremos capaces de sacar de él su mejor yo. No puede ser de otro modo. Nunca he asimilado nada bien escuchar a un profesor decir sobre un alumno: “Éste ni ha aprobado, ni aprobará jamás”. Expresiones como ésta debieran estar prohibidas en el diccionario de los educadores. Sólo educan quienes mantienen viva la esperanza. Veremos a ver qué pasa con Fernando. Pienso en ese momento que sus padres tendrían que haber estado más vigilantes. Las impresiones del primer día son fundamentales, marcan el inicio del camino. Y su hijo acaba de hacer todo un alarde de disposición ante el trabajo escolar. Y es que, siempre, la familia es parte del problema de un alumno con problemas. Como dice Willis en “La escuela, el Estado y el mercado”, bastará que “cambiemos a los padres para obtener otros alumnos”…Claro que una madre me contestó a esto una vez: “del mismo modo que bastaría cambiar a los profesores para tener otra enseñanza”. En fin, ojala me equivoque, pero queda un duro trabajo que llevar a cabo con él. Sin querer centrar demasiado la atención en él, le dejo con un “bueno, ya hablaremos tú y yo más adelante, ¿vale?”.
Y prosigo la clase en el punto en que la dejamos para abordar con ellos otra cuestión “geográfica” que me parece de interés resaltarles: “…Soy de Gerena, aunque no se me note en mi manera de hablar. Mirad, me eduqué con curas en un colegio religioso. Ellos, entre otros influjos más o menos notables, me corrigieron, hasta cambiarla del todo, mi forma de expresarme en la lengua de “la madre que me parió”, lo que llamamos la “lengua materna”. Aquí, les señalo a Jordi, que nació en Cataluña, a Gunter, alemán de nacimiento… y ellos me ayudan a desarrollar la idea que trato de exponerles: “Esto también es Geografía. También somos Geografía en nuestro modo de hablar y expresarnos. En apenas unos kilómetros, nuestros pueblos mantienen rasgos distintivos en sus hablas: unos ceceamos como en Gerena, otros seseáis, los de Guillena, y otros, como en Olivares, llellean”. Y de aquí pasamos al llamativo hecho que encontramos en nuestros pueblos: la frecuencia de nombres tomados del patrón o la patrona de la localidad, un fenómeno que también marca esas geografías distintivas de las que procedemos.
“He aquí que yo debería cecear como la madre que me parió --- (Sé que esta expresión les resulta algo chocante y por eso se la repito. Pero estoy seguro que de este modo olvidarán menos el concepto de lengua materna que trato de enseñarles) ---, pero, ya veis, hablo, como esos presentadores de Canal Sur que disimulan sus modos andaluces de hablar.
Llegados a este punto, les propongo un juego de presentaciones: Por parejas, cada uno deberá presentar al compañero o a la compañera que tienen a su lado. Les digo que deberán hacerlo del modo como a él o a ella les gustaría ser presentados y que deberán destacar sus rasgos y cualidades personales, sus valores como estudiantes y los sueños, afanes, objetivos e ilusiones que albergan en este comienzo de curso. Aparte, además, qué edad tienen, de dónde son y qué lugar o lugares han visitado este último verano. Eso que vamos a llamar las geografías que hay en nosotros, nuestras “geografías personales”.---Porque hay muchas geografías en cada uno de nosotros: de dónde son nuestros padres, dónde hemos nacido, en qué localidad vivimos actualmente, qué lugares, cercanos o lejanos, hemos tenido la oportunidad de visitar y conocer… Estoy seguro que necesitaríamos todo un curso para conocerlas a fondo y que ello suscitaría en todos ellos mucho más interés que el desarrollo de un currículum escolar, casi siempre aburrido y que, una vez estudiado, todos se aprestan a olvidar una vez aprobada la asignatura. He de confesar que nunca he olvidado los lugares de los que procedían cada uno de mis muchos compañeros del colegio… hace ya casi cuarenta años---
Pasados unos breves minutos y sin seguir el orden de lista, la primera en ser presentada es Elena. De ella dice su compañera Inés María: “Ella es Elena. Tiene 14 años. Nació en Sevilla y vive en Gerena. Este verano ha estado en Madrid y en Matalascañas, en la provincia de Málaga. “¡¿En la provincia de Málaga?!”, interroga el Profesor. “Ay, no, en la provincia de Huelva”, corrige Inés. “Bueno… en Huelva… continua”. “No le gusta mucho estudiar y de mayor quiere ser psicóloga penal…”. Esto último me sorprende gratamente. ¿Influencias de las muchas variantes de los CSI´s que nos entretienen en la tele? Le pregunto por su apellido, que enseguida la delata como “forastera”, término éste que aún utilizan muchos de nuestros mayores para identificar a los de “fuera” sin ánimo ofensivo, y que viene a evidenciar una vez más esa infinidad de pistas que marcan los múltiples cambios operados en el seno de la sociedad local. Y debo confesar que, por ello, en clase, cada vez viene siendo más difícil lo de nuestros abuelos: “Niña, tu eres de fulanito, ¿verdad? Te he sacado por la pinta”. Ahora ya, en muchos casos, ni por los apellidos. Punta ésta, como digo, de un iceberg de cambios en los que se encuentra sumergido nuestro pueblo y que han terminado por diluir la lenta asimilación con la que se recibía e integraba a los que decidían en otro tiempo cercano vivir entre nosotros.
Y de este modo, continúa todo un rosario de presentaciones que apenas se salen del guión anterior: edad 14, 15 años… No le gusta estudiar… Hay quien quiere ser maestra, alguno, veterinario… Y sus veranos me ayudan a hacer un repaso de sus geografías más cercanas…en las que se verifica que, efectivamente, “somos geografía”. (Continuará)
2 comentarios:
Si fuera periodista, de tu escrito obtendría este titular, hay muchos otros, pero repito, me ha impresionado este:
"Sólo educan quienes mantienen viva la esperanza"
Ánimo en este arranque de curso.
Siempre me gustaron los profesores que sabían mantener el equilibrio entre la cercanía a los alumnos y la autoridad que le corresponde dentro del aula. Creo que la experiencia te permite encontrar el término medio para desarrollar tu trabajo con arreglo a ese principio.
En cuanto al viejo debate de la mayor o menor responsabilidad de padres y profesores en el fracaso de los alumnos, ya tendremos tiempo de debatir en el Consejo Escolar. Ahora es momento de presentaciones.
Saludos.
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