2002

martes, 25 de noviembre de 2008

Diario de un Profesor (XII)

La Semilla del bien


Lo veréis exagerado, pero podría decir que, hoy, apenas he tenido tiempo para respirar. Desde las ocho de la mañana se preparaba una larga e intensa jornada y así ha sido. Hemos celebrado las Elecciones a representantes de los alumnos y alumnas en el Consejo Escolar del instituto. Ayer, todos los grupos fueron bajando a la Sala de Conferencias para conocer a los candidatos (cuatro alumnas y tres alumnos) y saber, de boca del director del centro, qué es eso del Consejo Escolar. Fuimos explicando:

a) Que para no repetir el error de muchos adultos, que van a votar sin saber exactamente qué votan, sin conocer bien a quienes votan y sin saber para qué votan, debíamos reflexionar un poquitín sobre la importancia de la participación allí donde se cuecen y se deciden las cosas que nos afectan.

b) Que para participar hay que tener información.

c) Que todos y todas somos importantes a la hora de opinar sobre lo que vemos mal y es necesario proponer todo aquello que estimemos necesario cambiar para que todo vaya bien o vaya mejor.

d) Que las mejores normas son aquellas que decidimos entre todos y entre todas.

e) Que la democracia, aunque no la echemos de menos, si no la cuidamos, se nos muere entre los dedos.


Hoy tocaba empezar a practicar esa democracia que exige el esfuerzo de todos. Y la urna, poco a poco, se ha ido llenando de pequeñas papeletas blancas, poderosas semillas de esperanza. Alguien podrá pensar que hay quienes votaron al más guapo, otros al más simpático, otros sólo a su amigo o a su amiga predilecta… Claro, no podría ser de otro modo. El pequeño universo de los “pequeños” no es más que un universo paralelo del que habitan los adultos. Ha habido un insignificante puñado de votos nulos: siempre hay algún graciosillo, despistado o tramposo, siempre los hay en todo lugar. Se han recogido algunos votos en blanco. E incluso ha habido quienes sencillamente se han abstenido y no han querido votar. Es decir, hemos asistido al hermoso triunfo de las decisiones sobre las imposiciones y esta es siempre una edificante lección. Una de esas que se aprende por la vía de la práctica y no por el camino del “sermón teórico”, con el que tanto aburrimos a las paredes del aula. Con todos sus defectos, los caminos democráticos que se recorren en movimiento enseñan más que la escucha pasiva y resignada de discursos sobre la participación democrática. Y es verdad que la democracia es el triunfo de la palabra y el diálogo sobre las voces y la negación del otro, pero es, sobre todo, la práctica responsable de todo aquello que nos sirva para transformar las cosas desde los gerundios más sonoros: hablando, dialogando, consensuando, negociando, cediendo, criticando, proponiendo, participando, decidiendo, construyendo… en fin…cómo queremos convivir y educarnos. Habrá quien pueda pensar: psss… cosas del director, cosas de niños… Sin embargo, este ritual siempre me recuerda, en su sencillez, incluso en su aparente engaño, que hubo un tiempo en que la democracia se enterró con un tiro en la cara o en la nuca en las cunetas de los caminos más olvidados. Sólo por eso merece la pena seguir sembrando en estos tiempos de incertidumbre y esperanza. Más aún si todo ello ha discurrido al mismo tiempo que celebrábamos la ocasión de manifestar nuestra tristeza y determinación ante quienes matan la sonrisa o destruyen la mirada de una mujer. A más violencia machista, más democracia, es esa la respuesta más adecuada para llegar a la igualdad, el dulce abrazo de la verdadera condición humana.

1 comentario:

José Manuel Martínez Limia dijo...

Pues ya sabes de mi indisponibilidad a lo absoluto, pero hay veces que no se puede decir nada mejor y lo justo es callarse y afirmar. Así que, sin que sirva de precedente, amén.