2002

viernes, 12 de diciembre de 2008

CRÓNICA DE AUSENCIAS (III)

En homenaje a una vieja plaza de abastos y a los hortelanos, matarifes, pescaderos…que alimentaron mi infancia


Digo siempre a mis alumnos que los paisajes nos contienen. Muy especialmente, aquellos en los que nos reconocemos porque nacimos en ellos, porque crecimos en ellos y en ellos habitan nuestras más intensas vivencias: Son el escenario emocional de nuestros más tiernos recuerdos.

Vine a nacer un 12 de enero de 1957 en la solariega y enorme “Casa Barco”, aquella casa de inmenso portalón destartalado, en el número 33 de la antigua calle Empedrada, después Queipo de Llano, hoy Blas Infante. La ventana de la habitación de mis padres, mi propia habitación, daba a ella. Bastaba cruzar los escasos metros de la calle y ya estaba en La Plaza y, allí, en frente, testigo de mis primeros años, la antigua Plaza de Abastos. Y en todo lo alto, la Inmaculada, vigilando mis titubeantes pasos, mis arriesgadas carreras, mis repetidas caídas, mis múltiples desollones al aterrizar sobre el enlosado suelo con aquella bicicleta de mi primo Manolo Ortiz, contando quizás mis juegos a marro, al “un, dos, tres, pollito inglés”, al “suelto a mi galgo”…mis repentinas escapadas huyendo de Juanito el Municipal al sorprendernos con un balón…

Ah, mi plaza… Yo soy del barrio de la Plaza. Allí nació nuestro equipo de fútbol, el Linense. Allí, se formó nuestra banda en pugna, a pedradas, con otras bandas… Allí, mi primer amor a los diez años… Allí mi recuperación de aquellos virulentos y crueles lechines que me dejaron marcado para siempre… Tantos y tantos recuerdos…

Recuerdo cada uno de sus bancos, sus baldosas, sus adoquines…pero, sobre todo, recuerdo mi entrañable universo de vecinos: Anita y Dolores “la Pura” (¡¡¡Antoñíiiiiiin!!), Juana la de Ortiz, el primo Ortiz, la gente de la Botica, la panadería de Gabriel y las primas, la tienda de Isidro, la de Isabelita, los futbolines del Tío Benito, la Bomba vieja, Juan el de la Rociana y Carmen , la gente de la Cueva, la familia de Diego “Guitita”, Pedrito el del Kiosco, Joselito Carrasco, Pepe Botica y la prima Lina y su innumerable tribu, a Juan Antonio Ramírez, “Joselito el de la Miguita” el poeta…, a la Quina, a la gente del Víbora, mi querida y tan buena Ana “la Bicha”, y a mis amigos de infancia, claro, a Pepe, a Diego, a José María, a Benito… a tantos y tantos que no quisiera olvidar ni ahora ni nunca.

Puedo, casi de memoria, con los ojos cerrados, entrar en la plaza de abastos e ir saludando en el recuerdo, entre los múltiples olores a huerta, carnes y pescados, a Gregorio el de la carne, a Juana la de Baldomero en su cuartelada de venta de comestibles; a Prudencia la de la calle Nueva, que vendía loza; a Luciano el de Bareta en su carnicería; a Alonso el de Mujeres y su fruta; a Adela, la de la carne, la mujer de Juan el de Próspero; a Dolores la de Capilla en su rincón de venta de platos, tinajas, búcaros…; a Antonia la Serrana, la mujer del buen amigo de mi padre, Antonio el Rubio; a Tomás el Pepino, también con su puesto de carne; a Adela, la madre de Marcos y Felipe en su puesto de frutas; a Ciscala el municipal en la oficinilla de fideicomiso; a la gente de Manolito el de la Bele y la carne de su matanza; a Luisa la de Matorla y los frescos productos de su huerta; a la madre de Francisco “el Coco”, Francisca Cascales, que me vendía aquellos “solisombras” tan ricos que me endulzaron aquellos días; a los pescaderos, Manuel, Antonio y Manuel Valderas, uno más largo que otro, recuerdo; a Morón y a Gertrudis; a Cayetano en el Bar y al bajito Eloy en su mostrador y que fue luego el puesto de El Calé; a Juan el de Bareta, también matarife; a Aurora, la del Manchego y sus carnes; a “El Tronchito”, que venía y volvía en carro a Olivares con sus verduras; a Manolito y Francisquito, también fruteros de Olivares; a la gente de Antón con los productos de su huerta en el río; a la Lupe, a Inés la del Sordo, la madre de Jeromín, a la gente de Eduardillo, a Magdalena la del Platero, a la gente de la Huerta El Pino, Magdalena con Ignacio y Antonio con Ana, a Juana y Luis el de Bárbara…todos con las verduras y frutas de sus huertas; a Rosaura la de “Panero” y su carnicería; a Araceli la del Corralito…y…también… a mis miedos asomados al sótano aquel que engullía en sus entrañas los que entonces me parecían fantasmales animales muertos.

No quiero que a nadie molesten mis recuerdos. Con ellos no quiero alimentar polémicas partidarias, ---que doctores tienen los partidos en pugna---, quiero tan sólo incrementar el amor hacia este pueblo, nuestro pueblo y su gente, nuestra gente. No me merecen la pena en este momento otros afanes. Aunque reclamo, sí, mi derecho a ejercer mi modesta ciudadanía y debo reconocer que en materia urbanística soy, esencialmente, de esa tradición progresista que centra en el conservacionismo su afán modernizador de los cascos antiguos de las ciudades con larga historia. Es decir, aquellas políticas que, respetando la historia común, emprenden la tarea de mejorar las condiciones de vida de los protagonistas que en cada momento histórico habitan nuestras ciudades y nuestros pueblos. Conozco, por mis estudios y oficio, algo sobre lo que aconteció en los países centroeuropeos al finalizar la Segunda Guerra Mundial y que ocasionó la total destrucción de muchas ciudades con un patrimonio histórico irrepetible y único. Hubo países que emprendieron la tarea de reconstruir, piedra a piedra, detalle a detalle, sus monumentos derruidos. En arquitectura todo o casi todo hoy es posible. Abogo desde aquí por la reconstrucción fiel de aquella vieja fachada del mercado, que, mi madre me contaba, se levantó sobre el solar que mi bisabuelo José María Falantes Ruiz, todo un liberal de la época, recuperó para el municipio siendo su alcalde a comienzos del siglo XX. Tal vez, quienes han venido a vivir con nosotros en esos que llaman “Jardines de Gerena”, no lo echen de menos, pero yo siento una dolorosa nostalgia por aquel viejo decorado de mi infancia y de casi cuatro generaciones de gerenenses. Y digo bien: reconstrucción fiel, a mí no me bastarían algunos pequeños detalles. Seguro que es posible si hay voluntad de hacerla posible.

En todo caso, quedara como quedara, mis recuerdos, que estoy seguro comparto con quienes hemos nacido en el entorno del viejo mercado, de la vieja plaza, serán siempre indestructibles. Y cuando por allí pase, incluso cuando por allí quizás more, ¡quién sabe!, en los días de mi jubilación, ya mayor, en mi vejez, con los ojos cerrados, dormitando el plácido sueño de los ancianos, iré recordando a Gregorio, a Bareta, a Rosaura, a Juana, a los pescaderos, a los fruteros…que alimentaron mi enclenque niñez, porque, como sabéis, no somos más que un continuo volver a nuestra infancia, a ese territorio feliz que pueblan nuestros mejores sueños.








4 comentarios:

José Manuel Martínez Limia dijo...

Magnífica entrada Leo, que me ha suscitado, como corresponde a lo que es bueno, diferentes pensamientos.

En primer lugar, por ejemplo, y tiene mucho que ver con el conservacionismo y con la ideología, la historia del nombre de tu calle. Es curioso como muchas veces en detalles tan "nimios" está la Historia (con mayúsculas) de toda una nación. Para que con esos tres nombres que ha tenido tu calle pueda escribirse un buen libro, o pueda articularse un curso de historia del siglo XX, sólo faltarían algunas fechas. Tendríamos así un nombre decimonónico (o quizás de principios del siglo pasado) que denota la atracción por lo nuevo y por la tecnología, el irrepetible, quizás, sentimiento, que asoló la I Guerra Mundial, de que el mundo se encaminaba hacia la absoluta felicidad. Una calle que no era de tierra, sino empedrada, fue tan importante suceso que obligó a la rotulación correspondiente. Más tarde devino la vileza y la catástrofe. Malo es, generalmente, que conozcamos nombres de militares y peor que lo lleven nuestras calles, porque o bien son “mártires” (malo) o dictadores (peor). Al infortunio de haber perdido tu libertad y tu vida hay que añadir el nombre del causante en cada uno de los remites de tu correspondencia. Pero el dictador, por fin, aunque demasiado tarde, murió (una característica poco estudiada pero común a todos los dictadores del mundo es que siempre viven demasiado y casi todos consiguen hacerse viejos), y el péndulo hispánico rebotó. Y rebotó hasta el nombre del “inventor de la patria andaluza”. Constitución, libertad, autonomía, … En fin, me gusta el primer nombre, el del asombro, por encima de los otros.

En otro orden de cosas, yo no soy especialmente conservacionista. Es decir, no creo que haya que conservarlo todo por el simple hecho de ser. Y en el asunto concreto de la arquitectura, sobre el que he reflexionado muchas veces, estoy completamente en contra de la idea (tan sevilana por cierto) de que todo debe adaptarse a lo existente y de que no debe tocarse, mucho menos agredir, el aspecto urbano general. No. Tengo un punto de vista, como en otras muchas cosas, más ecléctico. Me encanta, por ejemplo, el nuevo puente, tan polémico, de Córdoba. Creo que debe conservarse lo que debe conservarse y derruirse lo que debe derruirse, en el sentido que los impresionistas derruyeron la pintura de Courbet, o los masones de la Catedral de León derruyeron San Martín de Frómista (obsérvese que en ninguno de los casos el verbo derruir tiene su significación exacta de destruir). Pero se da el caso que, a pesar de no contar con recuerdos asociados a mi vida, creo que el edificio del que hablamos sí debiera haber sido conservado. Y no sólo por el edificio en sí, sino por su entorno y por la preciosa plaza que lo antecedía. Absurda decisión la de derruirlo (esta vez sí en su sentido exacto) y, lo que es más llamativo, innecesaria. Pero parece, además, y esto merecería aclaración inmediata, que ilegal. Sólo dejo aquí una pequeña reflexión final. La primera obligación de un gobernante no es ser bueno, ni hacer el bien, ni construir equipamientos sociales, ni enseñar a los que no saben, es CUMPLIR LA LEY escrupulosamente, sino fuese así todo lo demás sobra y, quizás, deberíamos empezar a pensar en cambiar, de nuevo, el nombre de tu calle.

Perdón por la perorata y saludos.

LEONARDO ALANIS dijo...

Ayer, nuevamente, como en ocasiones anteriores, iba a dejarte un comentario en tus "arqueológicas" entradas. Compartimos esa pasión, de veras, pero siempre me urgen otros asuntos o, sencillamente, no se me ocurre gran cosa. Lo siento, sé que de poco valen las disculpas y que "obras son amores...". Espero que disculpes la aparente indiferencia, pero, no, repetidamente recalo en tu blog, aunque a veces nos lo pongas tan difícil con alguna de tus aportaciones.
Quiero agradecer, por contra, tus amables y sabias reflexiones al hilo de lo que escribo, estos humildes extractos de memoria de un pueblerino que quiere a su pueblo del modo que únicamente sabe hacerlo.
Tu comentario sobre las calles y sus nombres viene a reafirmarme en la idea que ayer, cuando escribía esta entrada, me surgió de hacer un breve recorrido histórico por el nombre de las calles del pueblo. Dan, como dices, un bonito juego para pasear por la historia. De hecho, algo hice ya, hace muchos años, en 1978, cuando, muy joven, fui concejal y me tocó, como responsable de cultura, hacer una propuesta de cambio de nombres de calles y que devino en la mayor parte de los nombres actuales. Fue gozoso entonces, y pensarlo ahora, que de un plumazo, me cargué, nos cargamos, a los Millán Astray, Queipo, Varela, Franco... recuerdo vivamente aquel pleno público en el cine, con más de doscientas personas: ¡cuánto entusiasmo democrático...! En cuanto a lo del conservacionismo, comparto contigo el relativismo al que debemos someter todo o casi todo lo que atañe a la ciudad y arquitectura moderna. Sería un bonito debate, los europeos, en general, nos dan mil vueltas en esto. Salvando las escalas, lo de Gerena tiene un cierto paralelismo con las reformas internas que llevaron a la ubicación del Centre George Pompidou en los antiguos mercados de París. Siempre son intervenciones polémicas, que adquieren dimensiones diversas con el paso del tiempo. En todo caso, me gusta la bella nostalgia de los aires de esos años que no volverán. En fin, seguiremos hablando, gracias de corazón por tus certeros comentarios, que tanto enriquecen esta tierra próspera...que siempre te acogerá. Un abrazo.

J.Joaquín Santos dijo...

Bién Leo, una entrada preciosa, que me ha transportado en el tiempo en el que de pequeñín me llevaba mi abuela al mercado.....!!Tus palabras me han traido el aroma de los puestos y la nostálgica estampa de aquella Gerena de mi niñez que tanta felicidad me dió!!! La Gerena de ahora ya no huele igual...., pero como decía Juan Ramón Jimenez; Caía la tarde, de Huelva llegaba un olor a marisma, a brea, a pescado......Un saludo...

Felipe Marín Álvarez dijo...

Gracias Maestro por este artículo.

Qué bueno poner por escrito nombres, tiempos, vidas, ausencias, los tactos de nuestro pasado...

Mil gracias. Un fuerte abrazo.