2002

domingo, 21 de diciembre de 2008

"La elegancia de la portera"


Acabo de finalizar la lectura de uno de esos libros de éxito actual: “La elegancia del erizo”. Debo decir que no siempre suelo apuntarme a este tipo de lecturas, porque no siempre es buena literatura. Pero, en esta ocasión, caí en el reclamo publicitario atraído por la leyenda de la contraportada y, hace ya unos meses, se lo regalé a Bea (uno más de esos regalos que en realidad te haces a ti mismo). La razón era muy sencilla: la curiosa protagonista del libro es una portera en París.

Sus padres, los de Beatriz, mis suegros, han sido porteros durante más de treinta años en esa misma región. Yo mismo, nosotros, durante unos seis veranos seguidos, desde 1983 a 1989, fuimos porteros. Lo que allí se llama “gardien”.

Cuando finalizaba mi período lectivo como profesor, marchaba a Rueil-Malmaison, en el mismo Departamento de la bella y universal capital francesa. Allí, a escasos metros del Palacio que Napoleón regaló a Josefina, rodeado del verdor de extensos bosques, estaba la Résidence de Bois Préau. Fueron unos divertidos y fecundos años en los que cultivé la lengua de Moliere, paseé incansable y repetidamente por la ciudad más hermosa del mundo, acogí a innumerables amigos españoles que aprovecharon un alojamiento tan barato y acogedor y, sobre todo, bajé a los dulces infiernos del trabajo de barrer incansablemente, durante horas, las infinitas hojas que anunciaban cada otoño; limpiaba cristales; fregaba suelos (sin el invento español de la fregona, que los franceses son muy suyos); regaba y refrescaba los resecas praderas castigadas por los calurosos veranos parisinos (que ya quisiéramos para nosotros); sacaba la basura de los ricos inquilinos del inmueble (tan inmunda como la de los pobres, pero que revelaba la existencia, casi en cada casa ,de una bodega y un amante del buen vino y el mejor champán); pasaba la aspiradora por decenas de escaleras enmoquetadas; abrillantaba solerías y socorría , en fin, a los atrapados ricachones del ascensor… Decía tan a la perfección, en francés, aquello de: “disculpe, señor, señora, pero no sé hablar bien francés…” que nadie me creía español y, mucho menos..., profesor.

Por eso me ha gustado este libro: Sus personajes, sus escenarios…me son familiares… Diría que he vivido en ellos. Pero, sobre todo, porque me ha recordado a mis suegros y a otros españoles, recluidos en los escasos metros cuadrados de aquellas porterías francesas y áticos antiguos, enfrascados todos ellos en tareas tan distintas a las que, del campo o las canteras, dejaron en su Gerena natal.

Queda hermosa la idea de una portera como la protagonista, culta y filósofa. La verdad sea dicha, el personaje es genial, divertido y entrañable. Es evidente que esa sea la intención de la autora del libro: crear un personaje tan extravagante que suscita de inmediato toda la admiración del lector. En todo caso, muy alejada de la figura que representan mis suegros y, por extensión, miles de porteros y personal de servicios que poblaron y pueblan aún los muchos inmuebles distinguidos de los más céntricos barrios de París. (En el fondo, el libro es precisamente una burla al aparente exclusivismo de las clases adineradas tan ignorantes).

Durante treinta años, estos emigrantes españoles, que llegaron a Francia en los años 60 sin conocer, como era el caso de mis suegros, la existencia del WC y del agua corriente en las viviendas, de no saber decir “huevos” y tener que hacer la gallina por las tiendas, de equivocar las aspirinas normales de las efervescentes, de comer carne para perros confundiendo sus conservas con las del foie-gras…de no saber leer y tener que repartir a diario el correo (con una eficiencia que ya quisieran los actuales servicios de correos de nuestra localidad)… Estos emigrantes… son los verdaderos héroes de nuestro tiempo, de todos los tiempos y que, como los de hoy, se lanzan al vacío y a la incertidumbre sin red protectora para sacar adelante, desde la distancia más opresiva, a los suyos.

Me ha gustado, sí, “La elegancia del erizo”. En él tengo señaladas innumerables y diversas citas a cuál más jugosa. Es un libro que merece la pena leer. No habla en absoluto de los inmigrantes, ni de los emigrantes españoles. Que nadie se confunda. Pero ha representado para mí una invitación a la reflexión sobre todos estos seres que abandonan en todo tiempo su país, dan lo mejor de sus vidas en otro y retornan desarraigados, hablando un lenguaje híbrido cargado de términos españoles afrancesados y de palabras francesas españolizadas, desadaptados en suma, y que han terminado por dejar allí a sus hijos, a sus nietos y a esa alegre juventud que no volverá jamás a ellos. Y que, además, y eso quizás sea lo peor, no saben muy bien por qué. Porque el tiempo en que nacieron y el tiempo que vivieron no les brindó la ocasión de aprender de sus destinos y vagan a estas alturas, en el otoño de sus vidas, desorientados y extraños por un país que les sigue siendo tan desconocido como el que encontraron muy lejos de los suyos huyendo de sus propias miserias.

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